lunes, 14 de enero de 2019

Un hombre se enfrentó a sacapintas para evitar que le roben USD 2500

La pistola y las balas utilizadas en el frustrado asalto. Foto: Cortesía Policía Nacional.



Un hombre se enfrentó a sacapintas en el sur de Quito para evitar que le roben USD 2500 que retiró del banco
 

 Diego Bravo Carvajal

Desde el 1 de enero hasta inicios de diciembre de este 2018, seis casos de sacapintas se han reportado en el Distrito de Quitumbe, en el sur de Quito Uno de estos casos ocurrió al mediodía del pasado 6 de diciembre cuando un joven, de 26 años, se enfrentó a dos sacapintas para impedir que le roben los USD 2 500 que su madre y padrastro retiraron de un banco del sector de Guamaní. Manuel G. (nombre protegido)cuenta su historia:


“Era mediodía. Todo transcurría con normalidad cuando ingresamos a un restaurante para comer. Mi madre llevaba los USD 2 500 en un bolso de tela. Pedimos tres almuerzos y en un lapso de tres minutos se acercaron dos hombres de contextura delgada, de 1,70 metros de estatura. De forma agresiva nos pidieron que les entreguemos el dinero, pero mi madre se negó.

Uno le apuntó a mi padrastro con su revólver y le dijo: quieto o te mato. Al ver que mi mamá no les daba el bolso, otro delincuente forcejeó con ella, pero ella no lo soltaba. Entonces, la arrastró hasta los exteriores del restaurante.

Yo reaccioné y lo miré frente a frente. Él hombre ya tenía el bolso con el dinero y le grité para que la soltara. Finalmente lo hizo. Mi error fue perseguirle. Al momento que corría detrás de él, otro delincuente se cruzó delante de mí y me disparó. Recibí tres impactos de bala, uno en el pecho y otros dos en el estómago.

En ese instante, yo pensé que iba a morir, principalmente tras recibir el tiro a la altura del corazón. Fue duro el golpe de la bala, pero no sangré. Entonces, yo pensé que eran proyectiles de goma y continué persiguiéndolos. Los otros disparos tampoco me hicieron daño. Eso me causaba más enojo y me propuse alcanzarlos.

El desconocido se asustó, alcancé a patearle en los pies y cayó. El otro se acercó para pelear conmigo y le di un golpe que lo tumbó al piso. Pedí auxilio a unos señores que trabajaban en una mecánica, pero no me hicieron caso y se escondieron. Luego atrapé a un asaltante y lo tenía sobre el piso. El otro nuevamente se volvió a cuadrar frente a mí y con palabras soeces me dijo que le suelte a su amigo.


Luego notó que mi padrastro venía atrás para ayudarme y huyó. Me dijo ya te conozco, te voy a dar cacería y te mato. Minutos después, cuando el otro desconocido estaba sometido en el piso, la gente se amontonó y lo golpeó. Con mi padrastro le amarramos las manos y pies con los cordones de sus zapatos, llegó la Policía y lo llevaron preso. Luego supe que las balas no me hicieron daño porque eran de un calibre inferior al tambor del revólver. Eran más pequeñas y no salían con fuerza al ser disparadas.


En verdad corrí con mucha suerte, hasta los policías se sorprendieron y me preguntaron si utilicé un chaleco antibalas. Vestía solo una camiseta. Gracias a Dios estoy vivo. No podíamos perder los USD 2 500 porque con eso iba a pagar la mediación de un accidente de tránsito que tuve el 26 de noviembre pasado cuando unos desconocidos me dieron escopolamina y se chocaron contra otro vehículo en mi taxi. Ocurrió en el sector de La Mena, en el sur de Quito.


Ese día, un cliente me solicitó una carrera en la entrada a Caupicho. Me pidió que lo lleve a un centro nocturno y que le sirva como chofer durante la noche a cambio de USD 60. Acepté y lo trasladé al lugar indicado. Me invitó a pasar con él, pero no acepté. Tampoco la cerveza que me ofreció de forma cordial. Finalmente le acepté una bebida energizante ya que el envase estaba sellado. Consumí un bocado y comencé a sentirme mal, con mucho sueño. Mientras eso ocurría, él y otros hombres salieron del local. Comencé a conducir el taxi y llegué hasta la terminal de Guamaní del corredor suroriental.


De ahí no recuerdo lo que pasó. Lo último que les dije fue que me sentía mal y raro, por lo que les pedí que se bajaran del carro, pero era demasiado tarde. Eso ocurrió cerca de las 20:45. Luego supe que se llevaron el taxi conmigo adentro y visitaron varias discotecas. Finalmente se embriagaron y se chocaron contra otro vehículo en el sector de La Mena. Mi carro quedó destrozado en el lado del acompañante, principalmente el faro y la puerta derecha. El guardachoque del otro automotor también quedó destruido.


Tres días después recuperé los cinco sentidos, tenía mucho dolor de cabeza. No me acordaba lo que pasó. No entiendo por qué me pasan este tipo de cosas. Mucha gente me ha dicho que me haga una limpia, pero no creo en eso”.


Los datos del Distrito Policial de Quitumbe refieren que, desde el 1 de enero al 6 de diciembre del 2018 hubo 102 denuncias de robos de arranchadores, 458 asaltos, 49 robos por aturdimiento con sustancias y 8 carteristas.

domingo, 6 de enero de 2019

La vida de los comerciantes autónomos en Quito


Cristina Guachambosa (izq.) y su hija, Alexandra Díaz, en su puesto de La Marín. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO


Diego Bravo Carvajal (I)
dbravo@elcomercio.com


En apenas dos días, Cristina Guachambosa pasó de vender monigotes y caretas a manzanas, peras y mangos en su puesto de La Marín, una populosa zona comercial ubicada en el centro de Quito. Una vez que se terminaron las fiestas por fin de año, ella madrugó, a las 05:00 del 2 de enero, al Mercado de San Roque para adquirir las frutas que ahora ofrece al público en plena avenida Pichincha.

“Atrás quedó diciembre y tenemos que seguir”, asegura esta quiteña de 51 años, cuyo rostro luce una fina capa blanca de bloqueador solar que se unta, para protegerse de la radiación UV mientras trabaja, de lunes a domingo, hasta las 18:00. Siempre la acompaña su hija, Alexandra Díaz, quien la ayuda a comprar los productos y mantener el negocio familiar.

Ambas conocen cómo funciona el comercio en las vías. Están al tanto de los lugares en donde se puede adquirir los productos a bajo costo, al por mayor. Y así varían de acuerdo al cambio de temporada y fechas especiales. Por ejemplo, ya viene el 14 de febrero y planifica comprar flores en una hacienda de Cayambe, cuenta Guachambosa.

En ese cantón localizado en el norte de Pichincha, las 25 rosas se adquieren a USD 2 y con eso arman ramos de diferentes colores que se comercializan a un dólar. Para Carnaval comprarán bombas, frascos de espuma y pistolas de agua en una importadora mayorista del barrio El Tejar. Luego prevén viajar a Guaranda, capital de Bolívar, para vender la mercadería y de paso pasearse en familia.

Historias como estas son frecuentes entre los 11 000 comerciantes autónomos no regularizados que registra la Agencia Metropolitana de Control del Municipio (AMC). Su dinámica laboral es la misma: adquieren toda clase de productos de acuerdo con las exigencias del mercado, la moda y la temporada. Luego los distribuyen de forma ambulatoria en las calles, plazas y avenidas, otros los entregan en los quioscos y puestos localizados en diferentes puntos de la ciudad.

Así lo vive el quiteño Johny Darquea, de 58 años, quien expende en su auto Renault Sandero gris, zapatos deportivos en la intersección de la avenida Amazonas y Villalengua, norte de la urbe. De lunes a viernes, él parquea su vehículo con la mercadería en esa esquina y la exhibe a los transeúntes.

“Hace ocho meses vendía bisutería, pero todo tiene su tiempo y ya pasó de moda. Ahora me dedico al calzado”, dice este hombre que vive en el barrio tradicional La Chilena del Centro Histórico y trabaja desde las 07:00. Cada par para hombres se comercializa a USD 26, mujeres a 23, y vende unos cinco al día. “Con eso me alcanza para mantener a mi esposa”. Trae los zapatos de Ambato a USD 16 cada par.

En otros casos, los comerciantes alternan productos en el transcurso del año. Por ejemplo, desde 1979, la comerciante transexual María Jacinta Almeida vende desde un cepillo de dientes hasta ropa usada o relojes de mano en su puesto de La Marín.

Debido al hollín de los vehículos que circulan en el sector, todos los días tiene que lavar lo que comercializa. A las prendas las coloca en la lavadora, mientras que a las cajas de otros productos los limpia con un trapo húmedo. También se enferma de la garganta por el excesivo calor y el humo de los automotores.

Con orgullo, dice que es la primera comerciante LGBTI que trabaja en la vía pública. Lo hace sola, sin la ayuda de sus familiares. Sin embargo, asesora a las personas de su gremio que buscan hacerlo de forma independiente y comienzan sus emprendimientos. Cada mes, ella tiene un ingreso de USD 390 aproximadamente, con lo cual le alcanza para alimentarse, pagar la renta del departamento que alquila en el mismo sector y comprarse ropa o maquillaje.

Luz Ramírez, presidenta de la Asociación de Trabajadores Autónomos Organizados (Asotrab), comercializa pan de cholas en las calles del Centro Histórico de Quito. Sus sobrinos expenden pan de leche, galletas y bizcochos. Todos los días, a las 06:00, en la Plaza Grande, ellos le compran los productos a su hermano, quien tiene una panadería ubicada en el sur de la ciudad. Luego de eso comienzan a laborar durante la mañana.

Quienes le consumen son las personas que desayunan a esa hora en el centro. “Mis hijos no trabajan, prefiero que estudien y que no sean humillados. Quiero que obtengan una carrera universitaria”, manifiesta la dirigente de 35 años. Dependiendo de la época, ella también aprovecha para vender otro tipo de alimentos.

Por ejemplo, en la última Navidad se dedicó a expender cerezas. Hace cinco años atrás, ella comercializaba ropa a los servidores de instituciones. No obstante, el negocio desmejoró y se dedicó al comercio autónomo no regularizado para mantener a su familia. A esto se suma que sufrió un robo en su vivienda, lo cual le generó una fuerte pérdida económica.

Ahora, su prioridad es recuperarse y trabajar. A USD 0,50 compra cada bolsa de pan y la vende a 1. Entre 15 y 20 oscilan las ganancias que percibe diariamente. Siempre lo hace en la mañana, pues “en la tarde no se vende”.

Otra comerciante que madruga es Elvia Gines, de 47 años, quien se moviliza desde Chillogallo (sur) hasta las avenidas Amazonas y Naciones Unidas para vender jugo de naranja, todos los días. Lo hace porque los últimos días han sido soleados en Quito. Antes comercializaba espumillas y frutas, lo cual no le genera ganancias suficientes para mantener a su familia. “La gente se enferma de gripe y busca mi producto porque es natural”.

Cuenta que el incremento de los combustibles le ha perjudicado. Antes adquiría el quintal de naranjas a USD 12 en el Mercado Mayorista del sur. Ahora, dice, está a 22. Sin embargo, ella no piensa subir el precio de cada botella de jugo que vale un dólar porque no quiere perder clientes.

Guachambosa no pudo hacer eso. La caja de manzanas que antes le costaba USD 22 ahora, dice, que vale 40. Ante esa realidad, le toca vender la bolsa de tres manzanas a 1. Antes eran cinco por ese precio. Mientras ella continúa con la venta de frutas en La Marín, su hija Alexandra alista el presupuesto para la compra de las flores por San Valentín. No quieren perder lo invertido.

https://www.elcomercio.com/actualidad/comerciante-autonomo-adapta-quito-ventas.html
Diego Bravo Redactor (I) dbravo@elcomercio.com LEA TAMBIÉN En apenas dos días, Cristina Guachambosa pasó de vender monigotes y caretas a manzanas, peras y mangos en su puesto de La Marín, una populosa zona comercial ubicada en el centro de Quito. Una vez que se terminaron las fiestas por fin de año, ella madrugó, a las 05:00 del 2 de enero, al Mercado de San Roque para adquirir las frutas que ahora ofrece al público en plena avenida Pichincha. “Atrás quedó diciembre y tenemos que seguir”, asegura esta quiteña de 51 años, cuyo rostro luce una fina capa blanca de bloqueador solar que se unta, para protegerse de la radiación UV mientras trabaja, de lunes a domingo, hasta las 18:00. Siempre la acompaña su hija, Alexandra Díaz, quien la ayuda a comprar los productos y mantener el negocio familiar. Ambas conocen cómo funciona el comercio en las vías. Están al tanto de los lugares en donde se puede adquirir los productos a bajo costo, al por mayor. Y así varían de acuerdo al cambio de temporada y fechas especiales. Por ejemplo, ya viene el 14 de febrero y planifica comprar flores en una hacienda de Cayambe, cuenta Guachambosa. En ese cantón localizado en el norte de Pichincha, las 25 rosas se adquieren a USD 2 y con eso arman ramos de diferentes colores que se comercializan a un dólar. Para Carnaval comprarán bombas, frascos de espuma y pistolas de agua en una importadora mayorista del barrio El Tejar. Luego prevén viajar a Guaranda, capital de Bolívar, para vender la mercadería y de paso pasearse en familia. Historias como estas son frecuentes entre los 11 000 comerciantes autónomos no regularizados que registra la Agencia Metropolitana de Control del Municipio (AMC). Su dinámica laboral es la misma: adquieren toda clase de productos de acuerdo con las exigencias del mercado, la moda y la temporada. Luego los distribuyen de forma ambulatoria en las calles, plazas y avenidas, otros los entregan en los quioscos y puestos localizados en diferentes puntos de la ciudad. Así lo vive el quiteño Johny Darquea, de 58 años, quien expende en su auto Renault Sandero gris, zapatos deportivos en la intersección de la avenida Amazonas y Villalengua, norte de la urbe. De lunes a viernes, él parquea su vehículo con la mercadería en esa esquina y la exhibe a los transeúntes. “Hace ocho meses vendía bisutería, pero todo tiene su tiempo y ya pasó de moda. Ahora me dedico al calzado”, dice este hombre que vive en el barrio tradicional La Chilena del Centro Histórico y trabaja desde las 07:00. Cada par para hombres se comercializa a USD 26, mujeres a 23, y vende unos cinco al día. “Con eso me alcanza para mantener a mi esposa”. Trae los zapatos de Ambato a USD 16 cada par. En otros casos, los comerciantes alternan productos en el transcurso del año. Por ejemplo, desde 1979, la comerciante transexual María Jacinta Almeida vende desde un cepillo de dientes hasta ropa usada o relojes de mano en su puesto de La Marín. Debido al hollín de los vehículos que circulan en el sector, todos los días tiene que lavar lo que comercializa. A las prendas las coloca en la lavadora, mientras que a las cajas de otros productos los limpia con un trapo húmedo. También se enferma de la garganta por el excesivo calor y el humo de los automotores. Con orgullo, dice que es la primera comerciante LGBTI que trabaja en la vía pública. Lo hace sola, sin la ayuda de sus familiares. Sin embargo, asesora a las personas de su gremio que buscan hacerlo de forma independiente y comienzan sus emprendimientos. Cada mes, ella tiene un ingreso de USD 390 aproximadamente, con lo cual le alcanza para alimentarse, pagar la renta del departamento que alquila en el mismo sector y comprarse ropa o maquillaje. Luz Ramírez, presidenta de la Asociación de Trabajadores Autónomos Organizados (Asotrab), comercializa pan de cholas en las calles del Centro Histórico de Quito. Sus sobrinos expenden pan de leche, galletas y bizcochos. Todos los días, a las 06:00, en la Plaza Grande, ellos le compran los productos a su hermano, quien tiene una panadería ubicada en el sur de la ciudad. Luego de eso comienzan a laborar durante la mañana. Quienes le consumen son las personas que desayunan a esa hora en el centro. “Mis hijos no trabajan, prefiero que estudien y que no sean humillados. Quiero que obtengan una carrera universitaria”, manifiesta la dirigente de 35 años. Dependiendo de la época, ella también aprovecha para vender otro tipo de alimentos. Por ejemplo, en la última Navidad se dedicó a expender cerezas. Hace cinco años atrás, ella comercializaba ropa a los servidores de instituciones. No obstante, el negocio desmejoró y se dedicó al comercio autónomo no regularizado para mantener a su familia. A esto se suma que sufrió un robo en su vivienda, lo cual le generó una fuerte pérdida económica. Ahora, su prioridad es recuperarse y trabajar. A USD 0,50 compra cada bolsa de pan y la vende a 1. Entre 15 y 20 oscilan las ganancias que percibe diariamente. Siempre lo hace en la mañana, pues “en la tarde no se vende”. Otra comerciante que madruga es Elvia Gines, de 47 años, quien se moviliza desde Chillogallo (sur) hasta las avenidas Amazonas y Naciones Unidas para vender jugo de naranja, todos los días. Lo hace porque los últimos días han sido soleados en Quito. Antes comercializaba espumillas y frutas, lo cual no le genera ganancias suficientes para mantener a su familia. “La gente se enferma de gripe y busca mi producto porque es natural”. Cuenta que el incremento de los combustibles le ha perjudicado. Antes adquiría el quintal de naranjas a USD 12 en el Mercado Mayorista del sur. Ahora, dice, está a 22. Sin embargo, ella no piensa subir el precio de cada botella de jugo que vale un dólar porque no quiere perder clientes. Guachambosa no pudo hacer eso. La caja de manzanas que antes le costaba USD 22 ahora, dice, que vale 40. Ante esa realidad, le toca vender la bolsa de tres manzanas a 1. Antes eran cinco por ese precio. Mientras ella continúa con la venta de frutas en La Marín, su hija Alexandra alista el presupuesto para la compra de las flores por San Valentín. No quieren perder lo invertido.

Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: https://www.elcomercio.com/actualidad/comerciante-autonomo-adapta-quito-ventas.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com

Un año tras la desaparición de la ecuatoriana Nathaly Salazar


El cuerpo de la joven española de origen ecuatoriano Nathaly Salazar fue buscado en un río en el Cuzco Perú en el 2018. La imagen de la joven apareció en redes sociales tras reportar su desaparición. Foto: Captura de pantalla



Un año de angustia y dolor tras la desaparición de Nathaly Salazar

Diego Bravo Carvajal

La desaparición de la ecuatoriana - española Nathaly Salazar Ayala, cumple un año este miércoles 2 de enero del 2019. Lo último que se supo de ella fue que viajó a la localidad turística de Maras, ubicada en el valle Sagrado de los Incas, en el sur del Perú, para conocer los proyectos turísticos que se desarrollan allí y luego montar un hotel en Pifo (oriente de Quito).

Su madre, Alexandra Ayala, continúa consternada porque las investigaciones han sido lentas en el vecino país. Dos hombres fueron detenidos en el Cuzco. Se trata del dueño y un trabajador de un servicio de transporte rústico elevado, similar a un teleférico (o tarabita), que ofrecía a los viajeros una visión panorámica de ese valle. En sus declaraciones, ambos manifestaron que Salazar falleció practicando esa actividad y que arrojaron el cadáver en el río Vilcanota-Urubamba.

La Fiscalía peruana aseguró que los sospechosos se contradijeron al recordar las circunstancias en torno al traslado del cuerpo y cómo lo colocaron en el río. A la madre se le quiebra la voz al recordar lo que ocurrió. Se angustia porque vive en Valencia, una ciudad localizada en el este de España y se le ha dificultado movilizarse a Perú para seguir de cerca el caso. Su esposo, Marcelo Salazar Chango, la acompañó en los viajes que hizo a ese país a inicios del año pasado para buscar a su hija, quien cumplió 29 años el 17 de septiembre.

Ahora, ella no puede viajar por problemas de salud, pero sus otras hijas lo han hecho. En una entrevista con este Diario, Ayala cuenta que nuevas pistas han aparecido. Una es que el palo de 'selfie', que la joven llevó los días que viajó al Perú, fue hallado en la vivienda de uno de los detenidos.

Asimismo - añadió la mujer- las autoridades policiales peruanas le informaron que Nathaly no sufrió el accidente, sino que la llevaron al pueblo de Maras para las fiestas que se celebraban allí. Al parecer -según Ayala- su hija no fue arrojada al río como se informó preliminarmente. Por eso, ella cree que su hija está viva y posiblemente fue víctima de una red de trata de mujeres. “Yo creo que la drogaron y la llevaron a algún sitio, pero nunca me creyeron”.

Su preocupación es mayor cuando se enteró que la turista norteamericana, Carla Valpeoz, de 35 años, desapareció en el mismo sitio que su hija, el pasado 12 de diciembre. Lo último que se supo de la extranjera fue que estuvo en el Cuzco y se desconoce su paradero. Fue vista por última vez cuando salió del hotel para visitar el Parque Arqueológico Pisac, ubicado en el distrito del mismo nombre, en la provincia de Calca. Medios de comunicación peruanos han informado que agentes del FBI se encuentran en el vecino país para colaborar en las indagaciones.

“Estamos en contacto con el hermano de Carla y nos informa todo. Le hemos entregado información documentada sobre lo que hemos vivido y les pasa lo mismo, igual que a nosotros”, manifestó Ayala. Ella espera que se termine de reconstruir el teléfono celular de Nathaly, el cual fue enviado a España para las pericias técnicas.

Una vez que el aparato sea reparado completamente, el objetivo será conocer la última ubicación de la chica el día de su desaparición en Perú. “En el caso de mi hija, al teléfono le cambiaron de chip y estaban ocupándolo como cinco días. En la otra desaparición (de Carla) pasó lo mismo”, precisó Ayala.

https://www.elcomercio.com/actualidad/nathaly-salazar-desaparecida-peru-victima.html