domingo, 14 de enero de 2018

Cobertura por los 20 años de la guerra del Cenepa II

A inicios del 2015, recorrimos las bases ecuatorianas y peruanas que albergaron soldados por la guerra del Cenepa en 1995. Foto: En la población peruana de Yama Nunka, los pobladores se dedican a la agricultura.  Paúl Rivas / EL COMERCIO

Perú conserva 6 bases militares en zonas donde fue la guerra 
25 de enero del 2015

Por Diego Bravo C. (I)

Yama Nunka es un pequeño caserío de solo cinco familias. Es uno de los últimos pueblos peruanos que están frente a Ecuador. Solo el río Santiago los separa. El miércoles (21 de enero), un poco antes del mediodía un bote se varó a una orilla y cerca estaban los campesinos.

Unos usan botas de caucho y los niños caminan descalzos. Este sitio y otros 58 caseríos, con 4 000 habitantes, pertenecen a la comunidad fronteriza de Papayaco. Hace 20 años, en ese lugar se desarrolló la guerra del Cenepa, que comenzó el 26 de enero de 1995.

Este Diario entró al lugar y para hacerlo desde Ecuador hay que dejar la cédula y registrar los nombres en el destacamento peruano de Cahuide, ubicado frente a su similar ecuatoriano de Soldado Monge.

Un joven soldado registra los datos de la gente en un viejo cuaderno y pasan. Durante el conflicto que duró un mes, el ejército peruano movilizó hasta esos sitios más de 5 000 soldados. Los helicópteros MI-24 de la Fuerza Aérea de ese país, de fabricación rusa, que alcanzaban velocidades de 260 kilómetros por hora y que portaban ametralladoras, rockets y misiles sobrevolaban esa zona.


“De esos aparatos salían militares y nos dijeron que estábamos en guerra. No entendíamos lo que pasaba, porque con los ecuatorianos nos llevábamos bien y nuestros padres son de ese país. En 1995 nos enseñaron a disparar y pidieron que defendamos al Perú”, recuerda Elías Flores, de 54 años, que vive en Yama Nunka. Han transcurrido dos décadas de los combates y el escenario no ha cambiado en el lugar.
La gente consume agua entubada y no tienen electricidad e Internet. Tienen teléfonos satelitales, para llamar a sus parientes de otras comunidades o a los que viven en Morona (Ecuador). Se alimentan de yuca, plátano, pescado del río Santiago y adquieren jabón, aceite, fideos, harinas y utensilios de cocina en Ecuador.

Solamente se movilizan en lanchas con motores fuera de borda. A dos horas de allí opera el Batallón de Infantería de Selva en Ampama, uno de los puntos de abastecimiento de las tropas peruanas en 1995. Ahora, Ecuador aún conserva seis puestos militares en las zonas de la guerra. Felicita López tenía 14 años cuando vivía en ese sitio y estalló la guerra. Recuerda que cientos de soldados se formaban en el patio de esa base para cantar el himno del Perú.

La única forma de acceso es por lancha o helicóptero. Lo mismo ocurre para llegar al fuerte militar Minchan en donde funciona la Compañía de Desminado Humanitario N° 116 del Perú que retira explosivos en los puestos de vigilancia de Chiqueiza, Cahuide y en el Alto Cenepa. En los alrededores están otras comunidades de Papayaco cuya principal actividad es la agricultura y pesca.

Al mediodía de ese miércoles, habitantes del caserío San Martín recordaban lo que ocurrió en la guerra de 1995 cuando los indígenas Awaruna del Perú ayudaron a las tropas de su país. Eduardo Dávila, de 44 años, vive allí y en su memoria guarda el sonido de los aviones supersónicos y las explosiones que “sacudían la tierra”.

“Únicamente hubo miseria y preocupación, porque nuestras familias se separaron por irse a sitios más seguros. Yo dormía en el monte para no morir y tenía miedo. Por las noches, las bombas se veían como juegos pirotécnicos”, relata el hombre.

También murieron jóvenes de ese sitio que pelearon en la guerra. Eduardo Isam fue sobrino de Flores y tenía 19 años cuando una bala le impactó mientras estaba en Tiwintza. El hombre recuerda que –entre enero y febrero de 1995- los helicópteros peruanos trasladaban a los heridos a los hospitales de las ciudades de Bagua o Chachapoyas, capital de Amazonas.

Por el río Santiago subían lanchas con soldados. Desde su comunidad, Flores y otros hombres veían cómo se transportaban las ametralladoras antiaéreas DSHK de 12,7 milímetros del Perú, alimentos y pertrechos militares. Cuenta que desde Yama Nunka hay un camino, cuyo trayecto dura tres horas, desde el cual se puede acceder al destacamento ecuatoriano de Teniente Hugo Ortiz, en plena zona de guerra, en donde hay seis soldados y comparten alimentos con los militares del vecino país que viven en la base Chiqueiza.

Para regresar al Ecuador desde las comunidades peruanas fronterizas, el viaje se prolonga una hora más en lancha. La razón: el bote navega a contracorriente y se requiere más potencia en el motor.
Los ocupantes utilizan plásticos para protegerse de la lluvia y el conductor de la embarcación lleva 18 galones de combustible para todo el viaje, así como aceite de dos tiempos para la máquina.

Para volver a Ecuador hay que retirar las cédulas en el puesto de vigilancia de Cahuide y navegar dos horas más hasta llegar a Santiago. Allí funciona el Batallón 61 de Selva, otro de los puntos de concentración de los soldados ecuatorianos durante la guerra del Cenepa…

 http://www.elcomercio.com/actualidad/peru-conserva-basesmilitares-guerra-cenepa.html

20 años después de la guerra aún quedan por desminar 3 provincias
24 de enero del 2015

Diego Bravo C. (I)

Ocho desminadores trabajan en medio del lodo y ese día destruyeron una mina antipersonal, de fabricación española, que los soldados peruanos enterraron, hace 20 años, cuando los dos países iniciaron un conflicto bélico en el Cenepa. Únicamente hay un estrecho sendero delimitado con cintas rojas y amarillas. Por ahí caminan todos y para llegar a ese sitio los únicos accesos son las lanchas o por aire.

Ese día, el helicóptero Puma del Ejército aterrizó en un helipuerto. Allí estaban los ocho militares ecuatorianos que integran el Comando de Desminado del Batallón de Ingenieros Nº 68 Cotopaxi. Pablo Ungucha tiene 45 años.

Es parte de se grupo. En 1995 combatió en la guerra y ahora retira los explosivos. Mañana se cumplen dos décadas del comienzo del enfrentamiento armado y el desminado terminó solo en Loja y El Oro. Aún falta por detectar dispositivos en Pastaza, Zamora y Morona Santiago, la provincia en la que opera Remolinos. En ese destacamento todavía se conservan intactas las trincheras. Las secuelas de las explosiones aún están latentes.

Ahora Jorge Cisneros tiene 73 años, pero mientras se daba la guerra uno de esos artefactos le destruyó su pierna izquierda. Sucedió mientras caminaba por una zona fronteriza y abandonada en Zapotillo (Loja). Estuvo hospitalizado y le colocaron tres prótesis. En ese tiempo, él hizo un curso de tapicería, hoy vive de esa actividad y “recibe asistencia”. Lo mismo vivió Sixto Suquilanda a los 14 años, cuando también le amputaron la pierna derecha y le colocaron un implante. Hizo terapia física para recuperarse y estudió informática. Ahora trabaja en el Hospital Militar de Guayaquil.

Otros 41 militares ecuatorianos perdieron sus extremidades. Ungucha recuerda que a uno de sus compañeros le amputaron los dedos del pie izquierdo en pleno enfrentamiento armado de 1995. El uniformado no se percató que caminaba en una zona prohibida y un mina explotó al pisarla. Las tareas de desminado comenzaron en el año 2000 tras la firma de la paz entre Ecuador y Perú. El teniente coronel Frank Landázuri es el comandante del Batallón de Ingenieros Nº 68 Cotopaxi.

En ese cargo está desde agosto del año pasado y en su computadora portátil registra lo que se ha invertido en este trabajo: USD 9,5 millones desde el 2009. El oficial, de cabello cano, asegura que en los últimos 14 años no se han reportado accidentes de soldados, pese a que ellos trabajan en condiciones exigentes.

Los ocho que estaban en Remolinos llevaban encima de su camuflaje 28 kilos de equipamiento: la armadura kevlar, una aleación capaz de contener una detonación, un casco con visera y gruesos escarpines de caucho en las botas para evitar fracturas o amputaciones.

A estos se suma una mochila con una pala, un cincel, estacas, un serrucho, una tijera metálica grande para cortar hierba... Dicen que todo lo miden milimétricamente para evitar cualquier accidente. Este tipo de equipos también fue usado en la cordillera del Cóndor para retirar los explosivos sembrados junto a los hitos fronterizos.

El sargento Gonzalo Martínez supervisó esas tareas y contó que los soldados ecuatorianos dormían allí en carpas, en medio de los árboles. Mientras trabajaban, pequeños jaguares se acercaban a su campamento atraídos por el olor de la comida; serpientes ingresaban dentro de las cubiertas de lona. Tenían un cocinero y se distraían con Internet satelital o televisión por cable. “No podíamos movernos, pues había explosivos y corríamos el riesgo de sufrir accidentes”.

Por la mañana, la temperatura era de 28 grados en la selva, pero subía a 35 dentro del armazón forrado con fibra verde, negra y marrón del camuflaje de los militares. Por las noches, el frío bajaba a 10 grados y se abrigaban con cobijas.

“A la altura de la cordillera del Cóndor ya están las nubes y hay mucha agua. Por eso hay bastante frío allí”, cuenta Martínez. Ellos pasaron varios días en ese lugar hasta dejar el lugar habilitado.

En Remolinos el panorama es igual y así trabajan los soldados. Los uniformados recuerdan que en el conflicto del 95, las tropas ecuatorianas utilizaron una sola clase de explosivos. Estos eran de fabricación brasileña, mientras que los peruanos trasladaron al lugar del conflicto los dispositivos fabricados en Rusia, Estados Unidos, Israel, España y los que eran elaborados en ese país.

Ungucha recuerda que en ese entonces las minas daban cierta tranquilidad a las tropas ecuatorianas, pues sabían que estas alejaban a los soldados del Perú. La idea era que no se acercaran a sus puestos de combate y ocurriera un ataque masivo, especialmente en la noche. Ahora la paradoja es que siente preocupación. Quiere sacarlas pronto para que no haya personas heridas en accidentes...



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