A lo largo de los últimos seis años, me he dedicado a recorrer las hemerotecas y bibliotecas buscando fotos e información relacionadas a Quito. En medio de esas jornadas investigativas en las que revisé cientos de libros y periódicos encontré las crónicas de mi abuelo, Bolívar Bravo Arauz, quien fue un destacado periodista y docente en los años 50, 60 y 70. Las fui recopilando hasta lograr tener más de 25 publicaciones que hizo en Diario EL COMERCIO.
Estas crónicas deberían formar parte de su segundo libro, el cual iba a ser la continuación del primero que se llamó Quito Monumental y Pintoresco (1965). Por cuestiones de la vida, la segunda obra nunca fue publicada. A continuación, la primera crónica de la serie que iré publicando poco a poco en este blog.
EXTRANJEROS QUERIDOS EN QUITO
Por Bolívar Bravo A. para EL COMERCIO
Refieren los quiteños antiguos que a fines del siglo pasado, un poco antes de la transformación de 1895, arribaron a Quito tres "gringos" que dejaron una magnífica huella por su iniciativa y trabajo. Venían de la vieja Europa a Quito, ciudad hospitalaria y de noble abolengo. Estos tres gringos eran Pablo Charpantier, Ludovico Sedestrom y H. Carager.
EL SEÑOR CHARPANTIER.- Inició sus actividades este simpático y gentil caballero francés que venía de París, centro de atracción mundial en el negocio de hoteles y estableció el famoso Hotel París, decano de los hoteles de Quito, el que estuvo ubicado en las calles García Moreno y Mejía. Al frente tenía su casa el caballero quiteño con Alfonso Barba, casa en la que funcionó en 1925, en la transformación juliana, el Ministerio de Previsión Social y Trabajo, creado como producto de la Revolución debido a la formidable visión de Luis Napoleón Dillon.
El Hotel París recibía a los pasajeros que llegaban a Quito y eran atendidos ofreciéndoles confort. Además, el buen Charpantier ofrecía un restaurante de primera clase, en donde se servían magníficos almuerzos a cincuenta centavos el cubierto. Si era extra, se pagaba un sucre, veinte centavos.
Se preparaban carnes especiales y un buen vaso de vino que nos hacían recordar al Salón Normandy de Boulavert, fallecido hace poco y en el que se leía un rótulo que decía: Un almuerzo sin vino es como un día sin sol.
LAS FAMOSAS PALANQUETAS
Se ha repetido: Recordar es vivir y el poeta de las coplas don Jorge Manrique afirma: Cualquier pasado fue mejor. Y así es.
Hombre de trabajo, Charpantier amplió los servicios con panadería y pastelería, trabajando pan de primera clase, el pan briollo y las sabrosas palanquetas llamadas palanquetas Charpantier.
Las palanquetas tenían general consumo. A las cinco de la mañana abría las puertas y comenzaba la venta. En las cafeterías de la época se ofrecía el café con las palanquetas y mantequilla o nata. Las palanquetas valían diez centavos.
A las tres de la tarde vendían las pastas que eran exquisitas, pasteles, bizcochuelos y quesadillas. Habían los aplanchados, cuatro por medio o sea cinco centavos. Se vendían también besitos, veinte por medio.
Para los onomásticos se vendían budines con letras adornados para felicitar a los santos. Costaban de cinco sucres en adelante. Vendía caramelos que eran cilíndricos y que eran de diferentes colores y sabores y costaban tres por medio.
Al frente de la panadería y pastelería estaba míster Adolfo, célebre panadero alemán. Era además un gran pastelero. Trabajaban varios nacionales que aprendieron el oficio, como Antonio Rivas, muy conocido.
Posteriormente a su muerte se instalaron en Quito buenas panaderías y pastelerías como La Vienesa, La Royal, La Chilena, Moderna u otras y hoy la Cyrano.
Esa de Charpantier fue la primera. Cabe recordar que frente al Hotel París tenía su casa o mansión don José María Lasso. A esta caso llegaron en 1863 los primeros Hermanos Cristianos traídos por el Presidente Gabriel García Moreno, en donde funcionó el Ministerio de Educación desde 1933.
Se cuenta que el gringo Adolfo vivía muy contento en Quito. Ganaba sesenta sucres mensuales y era un gran sueldo entonces. Charpantier era de grandes iniciativas. Su nombre es muy grato y fue el maestro de panaderos, pasteleros, saloneros y carameleros. Era muy trabajador.
Era de alta estatura, usaba gorra y su modo habitual era de andar era con las manos hacia atrás.
Tenía amistad con muchos personajes quiteños y entre ellos don José María Lasso.
Charpantier poseía una quinta en Guápulo. De allí traía legumbres al Hotel. Fue el primero en sembrar los tomates de riñón.
Ocupando la Presidencia de la República el General Plaza, a las cuatro de la tarde iba a tomar infaltablemente el té en en el Hotel París. Al frente estaba la casa de su novia doña Avelina, madre de los señores Galo, José María, Leonidas y sus hermanas.
LA PRÓXIMA SEMANA LEA: REPORTAJES POPULARES DE QUITO (Diario EL COMERCIO)
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