lunes, 23 de octubre de 2017

Los cuidados paliativos son claves en los pacientes terminales


En el Hospice San Camilo, ubicado en el norte de Quito, se brinda cuidados paliativos. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
 

El cuidado paliativo, un alivio emocional

Diego Bravo Carvajal.  (I)
dbravo@elcomercio.com

Los familiares de Doménica (nombre protegido), de 50 años, se negaron a aceptar que ella estaba en fase terminal por cáncer a las vías biliares. Le ayudaron para que visitara hospitales en Estados Unidos y acceda a la opinión de oncólogos de ese país. Pero la respuesta fue la misma: le quedaba poco tiempo de vida.

Acudió al Hospice San Camilo de la Fundación Ecuatoriana de Cuidados Paliativos (Fecupal), en el norte de Quito, en donde recibió terapias con medicinas para el control de síntomas y los dolores. Sus familiares también participaron de reuniones. Un equipo interdisciplinario trabajó con ellos en lo psicológico y espiritual, para sobrellevar el sufrimiento. Lo primordial era que los allegados envuelvan de amor a Doménica, pero también que acepten su muerte.

Así se busca la calidad de vida, en los últimos momentos que le quedan a una persona, y que tenga una muerte digna. Lo explica Alberto Redaelli, director de Fecupal. Desde hace 20 años, la entidad atendió a 18 000 pacientes. Tanto en visitas domiciliares como en el Hospice San Camilo.


Octubre es el mes internacional de los cuidados paliativos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que 40 millones de personas necesitan ese servicio, pero solo el 14% de quienes demandan esa asistencia la reciben. La mayoría de adultos que la necesitan tienen males crónicos cardiovasculares: 38,5 %.

Los de cáncer representan un 34 %. Los de problemas respiratorios, sida y diabetes alcanzan el 10,3%, 5,7% y 4,6%. En Ecuador, el Ministerio de Salud ha atendido a 5 975 personas desde el 2015 hasta el 2017. También reportó 106 muertes de quienes recibieron esos cuidados, este año. Esto dentro del Plan Nacional de Cuidados Paliativos, que cuenta con seis equipos de profesionales en el país.

A esto se suma la labor del Hospital del Adulto Mayor, en Quito, especializado en esta atención. También el Centro de Atención Integral para personas con Cáncer en la capital. Asimismo, un equipo de soporte mixto en los centros Francisco Icaza Bustamante y Abel Gilbert, en Guayaquil. Y los hospitales Eugenio Espejo de Quito y General de Macas.

Pacientes con otras afecciones pueden ser atendidos en esta línea. Por ejemplo, si padecen insuficiencia renal, enfermedades hepáticas crónicas, esclerosis múltiple, párkinson, artritis reumatoide, problemas neurológicos, etc. Incluso quienes no están en fase terminal, pero tuvieron accidentes y requieren atención especializada de ese tipo. Margarita, de 77 años, tuvo un derrame cerebral hace cuatro meses y hace fisioterapia para recuperarse en el Hospice San Camilo.

Aspira regresar a su casa en una semana. Lo mismo Enma Alarcón, quien se fracturó una pierna, la operaron y vivió cinco meses allí. Ellas siguen terapias con el auxiliar Cristian Inapanta, quien las ayuda a ir al baño y en lo emocional: no sufrir por la distancia con sus familiares por seguir los tratamientos. En el caso de las personas con enfermedades terminales se les brinda apoyo emocional y consejería.

Ayudarles a lidiar con la muerte y lo que esta conllevará para sus allegados. En ese sentido, el consejero debe crear un ambiente en el que el paciente se sienta cómodo para dialogar sobre sus preocupaciones. No hay que bombardearle con preguntas, tampoco darle lecciones de moral o sermones. Eso le provocaría inestabilidad en lo afectivo.

En algunos casos -indica Alicia Abad, asistente de psicología- los pacientes y sus familiares optan por la conspiración del silencio. Es decir, saben que su fin está cerca, pero prefieren no conocer sobre la enfermedad. “Se trabaja en el nombre que el paciente le pone a la afección que tiene”.

Así ocurrió con Isabel (nombre protegido), quien falleció hace un mes en el Hospice San Camilo. Tenía un tumor en el estómago que se hinchaba y ella le llamaba “la bolita”. Sus hijos sabían que tenía cáncer terminal, pero ella prefirió no enterarse. “Le decíamos que esa bolita no se iría, porque no tiene cura”.

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